jueves, 20 de noviembre de 2008

Una Nueva vision

Todo comienza con una mirada.
Todo comienza y todo termina.

Como si nuestras vidas fueran un círculo perpetuo, colmadas de nostalgias y recuerdos, de arrepentimientos y desvelos.
Todo me sabe a una noche solitaria en un café, escuchando algo de jazz, y en el medio voces, ruido de botellas y vasos que se quiebran, y este afecto transitorio que me nubla la visión y me hace considerar, en este escenario incompleto, que tal vez me hace falta tu presencia.
Tu presencia, que se asemeja a una nota en el piano, una tristeza inmensa brotando del saxo, un augurio de malas horas y futuros inconexos, nada que uno se pueda llevar a la tumba, o que se fije en la memoria. Esta idea me lleva a pensar que después de todo no sos solamente una inteligencia fiel que recorre el mundo, desborda el mar, inflama el fuego, desintegra la tierra, que sos algo más que mi imaginación, la cándida entrega de la mente a lo que uno internamente desea.
Cuando recapacito, me arrepiento algunos días, como todo ser humano, de desearte.
Porque tal deseo me torna vulnerable aunque no estés para comprobarlo. Tal vez por eso mismo cada vez que no nos encontramos y vienen otros, le digo a mi sombra que evitemos las miradas, pues son el comienzo de las horas que perdemos.

Por el temor a no mirarte entonces intento ir despacio, sin embargo hay días enteros en los que te pierdo, y todos pasan desapercibidos.
Y a pesar de a veces, despertarme por el rumor incesante de las horas, sigo de pie sin pensar en cuanto tiempo he pasado en este trance. Y cuando me doy cuenta han pasado años, y las vidas de todos los demás se han movido de lugar, y luzco como una foto desenfocada que el pasado atraviesa y mira nariz con nariz sin comprenderlo.
Y es porque no estás aquí, tal vez porque sin llegar a verte nunca de frente entre la multitud, aún tengo la curiosidad de tu estatura a flor de piel. Quien sabe cuales son las verdaderas distancias entre nosotros, y cuales son las verdaderas horas en la que llegaremos sin aliento a encontrarnos.
Después de todo, cuanto más dormidos estamos, más ilesos salimos de este campo en donde abundan las esquirlas del espanto.

Supongo que no estás, siempre es un decir que se revela cierto, especialmente cuando salgo por allí, tratando de perderme superficialmente en el viaje de los otros, en alguna ventana abierta que me enfríe las ideas, cada una más inútil que las otras, adhiriéndose al metal. Lo que me rodea, no es en su forma original, lo que en verdad me molesta, es simplemente el aura de tu presunta existencia, tu forma irregular, tu belleza de desconocido.
El suponerte en varios hombres que han pasado cerca, y saber que no has sido ninguno de ellos.
Y sí, la verdad es que renuncié a la búsqueda hace años, y he dejado que la corriente me lleve a mundos cada vez menos agradables. He descubierto entonces, mientras no estuviste aquí, lo difíciles y transfigurables que son los individuos, lo tercos y reprimidos que se vuelven, cuánto de ellos no es verdadero e incomparablemente absurdo, y las mentiras que van tejiendo a su alrededor, las falsedades de las que se sienten seguros, la estabilidad de sus apagadas vidas.
En cierta manera me han producido desde asombro hasta un coma profundo, y en algunos estados fragmentados, angustia. Aun así no he aprendido la aplicabilidad práctica de la indiferencia, y en ocasiones, pensar en ellos me causa un escozor en el cuerpo, un malestar en la memoria.
Pocas noches he dormido fantaseando con tu cuerpo, eso se debe a que tal vez sos en mi colérica imaginación la más intensa ambición, y a pesar de ello, nada más que una etérea imagen de la nada, lo intangible, lo anómalo, espejismos… en el desierto.
No logro concentrarme, y es cierto que a veces, caigo en la amargura de las horas que se escurren como sapos venenosos y me envejecen dolorosamente.
Pero es que ahora, cada mirada es el fin, desde que tu presencia es un hecho concreto en mis ideas. Porque desde que admito tu sustancia, he dejado de buscarte en los otros, espectros de una fantasía que nunca volverá a ocurrirme.
Tal vez antes no te suponía parte del cosmos, y me complacía esperar lo que sabía que jamás llegaría.
Y a pesar de esta suposición interna, no puedo darle nombre a este afecto, y lo contengo, pacientemente, como si con ello fuera atando cabos sueltos en cada segundo del día, intentando desvariar como los locos, todo para mantenerte detenido, lejos. Pues después de todo no conozco el afecto, ni me han roto el corazón. Y aunque muchos me preguntan por qué estoy esperando y no hago nada, la única respuesta posible es que el momento no ha llegado, y por eso mismo, yo sigo dormida.

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